Cuando sientes que el mundo se te va a caer encima, que ya no puedes más y las piernas se aflojan ante lo que ven tus ojos. El miedo de perder todo lo que tienes a tu alrededor, esas ganas de vivir, de saltar, de poder llegar al cielo con una simple mirada bajarlo hasta rozarlo con tus dedos.
Cuando crees que no habrá nada peor y que nada en esta insignificante vida tiene sentido, siempre hay una vía de escape, algo que te hace volver a sonreír y creer que tras la tormenta viene la calma, mirarle a los ojos y que te transmita esa tranquilidad que no la conseguiste ni en el lugar más apartado de la aturullada ciudad y ni ta siquiera en aquel rincón de tu atolondrada cabeza. Que se acerque a ti con la cabeza gacha nada más oír tu silbido, que su tacto y su piel sean como una roca frente a ti que jamás dejará de estar y te arropará cuando los demás no lo hagan. Subirte sobre su lomo y galopar, sentirte libre por un momento, agrrándote, aferrándote a sus crines como si fuesen lo más hermoso que hay en tu vida, porque es así, sí, es así.
Él es lo único que te hace sonreír cuando sientes que el mundo se te va a caer encima, cuando las piernas se aflojan ante lo que ven tus ojos, cuando tienes miedo de perder todo lo que hay a tu alrededor, él está ahí, te ofrece su calor, su confianza, su lealtad, y te das cuenta de que con él, jamás estarás solo.
Porque no hay nada más bello que su confianza, que caigas al suelo y se acerque trotando curioso a tu lado, asegurándose de que estás bien, que ande tras tu espalda dándote pequeños empujones hacia delante, jugando contigo como si fueras uno más, cuando cada mañana se deja abrazar por ti alegrándose de volver a verte, cuando le dejas libre para que corra, para que se aleje de ti y lo único que hace es quedarse a tu lado. Eso, esos detalles tan pequeños son los que llenan de verdad un simple corazón y lo atesoran de una manera sobrenatural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario