Al fin había llegado el día, me desperecé pletórica de la cama y levantándome de un salto logré esquivar algunos cachivaches desperdigados por el suelo que tenía que terminar de recoger para poder empezar esa marcha a un nuevo lugar, desconocido pero intrigante al mismo tiempo. Estaba nerviosa sí, pero no podía negar que una experiencia como aquella merecería la pena ser vivida.
Subí la persiana dejando que los rayos de sol me diesen la bienvenida, un nuevo día, el comienzo de algo grande, diferente y especial. Suspiré profundamente mientras abría la ventana, receptiva a esas sensaciones que se iban instalando dentro de mí.
Sí, merecería la pena, de eso estaba completamente segura. Me acerqué dando saltos de bailarina, imaginándome en un escenario rodeada de gente, aplaudiéndome, y con una sonrisa en la boca a la cadena de música y lo primero que llegó a mis oídos fue una canción de country que me hizo cambiar completamente mis pasos a unos mucho más fuertes y rápidos que por poco me hacen caer al suelo riendo a carcajadas, sola en mi propia habitación. ¿Estaba loca? Probablemente, pero no podía evitar sentirme así.
Abrí algunas bolsas repletas de ropa que me había comprado para aquel caluroso verano y mirándome al espejo logré decidirme por unos pantalones cortos vaqueros pero desgastados y una camisa roja a cuadros de manga corta que me até por encima del ombligo. Me senté en la cama y terminé de vestirme con unas botas marrones al estilo oeste de las cuales estaba enamorada. Me volví a mirar en el espejo mientras me hacía dos coletas a cada lado y dándome cuenta de algo salí disparada en busca de ese último detalle que me faltaba para convertirme en lo que por un verano, lograría llegar a ser. Me puse el gorro, y al fin estaba lista. Los agujeros que lo decoraban provocaban que mi rostro adquiriera la sensación de tener unos lunares procedentes del sol que se colaban por la ventana de mi habitación. Sonreí para mí misma. Al fin estaba lista.
Terminé de meter lo que me quedaba en otra maleta y bajé a toda prisa por las escaleras de madera repiqueteando a causa de los tacones de las botas. Nadie sería capaz de borrarme esa sonrisa y hacer desaparecer mi felicidad. Me dirigí a la cocina donde mi madre se encontraba de espaldas ataviada con su bata rosa de cada mañana y el pelo completamente revuelto. Cuando se dio la vuelta para saludarme pude darme cuenta de que esos enormes ojos azules que la caracterizaban se encontraban hinchados, rojos y unas enormes ojeras los rodeaban con malicia.
- Mamá... - Solté las bolsas que llevaba en ambas manos y salí corriendo para estrecharla entre mis brazos. - No te preocupes, estaré bien.
- Lo sé cariño, lo sé. Pero es que es complicado para mí, de verte todos los días en casa, cada mañana a de repente perderte de vista durante casi tres meses... - Me apretó más fuerte contra su pecho mientras me acariciaba el pelo con dulzura y dejaba que sus lágrimas empapasen mi camisa. - Lo siento, no debería haberme puesto así.
- No te preocupes, sabes que estaremos en contacto, te contaré todo. - Me aparté un poco de su lado para mirarla directamente a los ojos, secarle esas juguetonas lágrimas y besarle en la mejilla.
- ¿Me lo prometes? - Deslizó su mano por mi brazo hasta encontrar la mía y la apretó con fuerza.
- Claro que sí. - La besé la punta de la nariz y dándome la vuelta me senté en la mesa para disponerme a desayunar un zumo de naranja recién hecho y un plato lleno de condimentos lo suficientemente apetitosos como para lograr que se me cayera la baba.
- ¿Tienes que vestirte así para ir al aeropuerto? - Su mirada se había tranquilizado y volvía a lucir el brillo natural.
- ¿Por qué? ¿Tan mal voy? - Me levanté de un salto y di vueltas sobre mí misma para que observase mejor.
- No, estás preciosa. Pero te recuerdo que vivimos en mitad de la ciudad, ¿no te da vergüenza ir así? - Se llevó una magdalena a la boca indicándome que había terminado de hablar.
- En absoluto. Lo que no pienso hacer es llegar con tacones allí, sería una primera impresión un tanto confusa teniendo en cuenta a lo que voy. - Imité su gesto ya que me moría de hambre y agité la cabeza, burlona.
- En eso tienes razón, pero podrías cambiarte cuando llegases allí, ¿no te parece? - Agarró su vaso repleto de café hasta arriba y se lo llevó a los labios apartándoselo de la boca, humeante.
- Mamá, parece mentira que sea yo la que te diga esto, al ser más joven que tú me refiero, pero ten en cuenta mi consejo y deja de preocuparte por lo digan o dejen de decir los demás. En el aeropuerto nadie me conoce, y aunque fuera así, ¿qué más da? En cuanto vean que me subo al avión rumbo a Texas, su incredulidad quedará anulada. - La besé en la mejilla rápidamente tras beberme de un trago el zumo y me llevé la magdalena conmigo saliendo por la puerta que daba a la salita principal.
- No puedo negar que a veces me dejas con la boca abierta jovencita. - Me señaló con el dedo índice y echando la cabeza atrás escuché una carcajada que provenía de lo más profundo de su ser. Me encantaba escucharla reír después de todo lo que había pasado.
- Ve llamado al taxi, ¡no quiero perder el vuelo! Voy a despedirme de la enana. - Subí una vez más las escaleras a grandes zancadas y llegué a la habitación, completamente en penumbras. Dejé la puerta entreabierta para disponer de un poco de luz y me senté a su lado, acariciándola la mejilla, el pelo, la iba a echar muchísimo de menos.
- ¿Mamá? - Un hilo de voz salió de esos labios tan finos y restregándose los ojos con las manos se dio la vuelta para cerciorarse de quien había interrumpido su sueño. Nada más darse cuenta de que era yo se lanzó a mis brazos. - No te vayaz, por favoz, quédate conmigo.
- Oh enana, lo haría preciosa, lo haría, pero tengo que irme. - La estruje contra mi cuerpo todo lo que podía y al fin esa lágrima que tanto estaba impidiendo que saliera, lo logró, mojando su suave melena. -
- ¿Pod qué? Vad a dejadnod solad.
- No princesa no, por favor no digas eso. - Un sentimiento de culpa me invadió por dentro y estuve a punto de cambiar mis planes, pero no podía, lo tener que hacer por ellas, y por mí también. - Te prometo que le enviaré a mamá cartas todos los días, por el ordenador contándoos todo, ¿de acuerdo? Y te mandaré fotos, muchas fotos para que me veas a mí, los preciosos paisajes, todo, ¿de acuerdo?
- Pedo nada zerá mád bonito que ezto. Aquí eztamos mamá y yo. - Se tumbó sobre mi regazo y comencé a juguetear con su pelo, intentando tranquilizarla.
- Cuando seas mayor me entenderás enana, ya lo verás. Lo siento, te quiero muchísimo, no lo olvides, ¿de acuerdo? - La besé en la mejilla y volví a arroparla bajo las sábanas dejándola mirando el techo, sumida en sus pensamientos. - De verdad corazón, lo siento con toda mi alma. No te enfades conmigo, te lo suplico. - Me incliné sobre ella y froté su nariz con la mía intentando hacerla reír, como siempre, sin lograr resultado alguno. - Me tengo que marchar princesa, ¿no me das un beso?
- Si te marchaz no vuelvaz. - Se dio la media vuelta y volvió a cerrar los ojos intentando recuperar un sueño que yo misma era consciente de que sería incapaz de recuperar.
Bajé las escaleras más despacio, como si tuviese la sensación de que la puerta que se encontraba frente a mí significase el final de algo que no podría tener jamás fin. Ese saber amargo que, ese sentimiento de culpabilidad me arrastraría y vendría conmigo cada segundo, cada minuto de aquel verano. No podría olvidar lo que mi hermana me había dicho. Odiaba que se sintiera así después de todo lo ocurrido, que creyese que la dejaría para siempre cuando solamente serían tres meses, pero tres meses para ella se volverían interminables, mientras que para mí se trasformarían en un sueño hecho realidad. Solamente me preguntaba si podría disfrutarlo realmente cuando ni mi madre ni me princesa se encontrasen a mí lado para poder vivirlo y disfrutarlo conmigo. Pero esa era una cuestión que tardaría muy poco en resolver.
Mi madre apareció por el umbral de la puerta que daba al salón, con la misma bata pero sus ojos volvían a ser los mismos, estaba peinada y llevaba un paquete en la mano. Nada más verme sonrió con tristeza y volvió a abrazarme.
- Cuídate, ¿de acuerdo? - Sentí sus manos rodeando mi cintura al ser más baja que yo y su sonrisa en mi rostro cuando me estampó un beso en la mejilla.
- Lo haré, dila a Susan que la quiero y no permitas que me odie, por favor.
- No te odia cariño.
- Lo sé, pero no dejes que piense que os he abandonado.
- Haré todo lo que esté en mi mano. Ahora ve, el taxi te está esperando. - Se acercó a la puerta y girando el pomo de la puerta y me invitó a salir, acompañándome por detrás. - Te voy a echar muchísimo de menos. Te quiero mi vida.
- Y yo a ti, a vosotras. - El taxista bajó y se acercó hasta la puerta para ayudarme a recoger las maletas y bajó con dificultad ante el exceso de peso que llevaba. - Cuidaros.
- Tú también. Estaremos en contacto. - Ya dentro del taxi bajé la ventanilla, y me despedí con la mano, diciendo definitivamente adiós.
- ¿A dónde la llevo señorita? - La voz del taxista me sobresaltó y contestando con una triste sonrisa en los labios le respondí;
- Al aeropuerto por favor. - Apoyé la cabeza en la ventanilla, sintiendo como la distancia que me separaba de ellas se iba haciendo cada vez más grande, y la que aún quedaba por poner era mucho mayor.
Y me fui, con ese amargo sabor acompañándome todo el trayecto dirección al aeropuerto.
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ResponderEliminarFrancamente, esta muy bonito y emotivo como comienzo de una historia, dejas muy avierto el argumento, y la duda del que pasara?. es muy bonito.
ResponderEliminar-revisa la ortografia, hay palabras mal escritas con letras de mas o de menos, y verbos mal conjugados.